El Silencio de las Bienales
En estos meses en que Gaza arde bajo los escombros y las voces del arte palestino resisten entre ruinas, Bogotá celebra su Bienal con sonrisas urbanas, colores de fiesta y un aire de distracción general. Los comunicados hablan de felicidad, ciudad y convivencia, pero ninguna de las curadurías —ni en la Bienal de Arte de Bogotá ni en ArtBO— se atrevió a mirar hacia el horror contemporáneo más evidente de nuestro tiempo.
Mientras artistas gazatíes exponen en sótanos, refugios o galerías solidarias de Atenas y Berlín, aquí los salones relucen con obras seguras, limpias, sin riesgo, sin herida. Ni una sola instalación, pintura o performance se atrevió a nombrar la masacre. El silencio se volvió curaduría; la neutralidad, discurso oficial.
En otras latitudes, el arte se ha convertido en testigo: en Venecia, una artista israelí cerró su pabellón hasta que haya alto al fuego; en París, se exhiben los tesoros arqueológicos de Gaza como un acto de resistencia cultural. Pero en Bogotá, el arte parece mirar hacia otro lado, refugiado en lo decorativo, en lo amable, en lo institucionalmente correcto.
No se trata de exigir panfletos ni consignas. Se trata de reivindicar el papel del arte como conciencia, como memoria, como testimonio del dolor humano. Cuando el arte calla frente a la injusticia, el museo se convierte en un muro más del olvido.
Quizás esa sea la verdadera obra ausente en esta Bienal: el espejo que nos muestre cómo el silencio también mata, cómo la indiferencia también es política.
( Vídeografia de Keshava Lievano, a partir de 2 obras, Escenario Hydrico de Héctor Zamora y Canibalia de Mapa Teatro)
Texto e IlustrArte Digital By Keshava Lìévano
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